Es lo único que tenía que nunca ha sido mío, iba y volvía a su antojo, aparecía en labios de una noche, en el fondo de un vaso de ron con coca cola, en una mirada, en el rellano de una escalera, en un vagón de metro, pero sobre todo, en mis insomnios.
A veces venía y se alojaba en mi garganta, me hacía gritar hasta quedarme afónica; otras, se adueñaba de mi entrepierna y se iba de juerga, regresaba de madrugada borracha, cachonda, perdida y con ansias de lamer los cuerpos que le habían rozado sin querer, sin saber que justo al lado tenían una bestia capaz de devorarles la carne hasta los huesos, sin más hambre que el puro deseo desmedido de quien no encuentra agua que le quite la sed.
En ocasiones, se vestía de rosa, se ponía un lazo en la cabeza y dibujaba corazones en el aire... andaba como a saltitos por mi casa, pero ella prefería decir que “levitaba”, que así sonaba más poético. Llenaba todo de flores, sonaban canciones horteras a cualquier hora y se mantenía en un estado de duermevela, que lógicamente, ella prefería llamar “ensoñación”. Lo peor es cuando despertaba y se arrancaba la ropa a tiras, me arañaba por dentro, reabría mis heridas, destrozaba a patadas la coraza que tanto tiempo me costaba construir, me escupía, me insultaba y terminaba en un rincón, desnuda, llorando como una niña pequeña. Después de su última crisis, desapareció.
Han sido muchos años con ella y la verdad que pese a sus caprichos terminé cogiéndole cariño... de hecho, la sigo esperando cada amanecer y nunca llega. Hoy por fin se ha dignado a escribirme una postal, no lo había hecho antes: “Me encontrarás en el callejón sin salida de sus piernas buscando la forma de llegar a su alma y vestirme nuevamente de rosa”
A veces venía y se alojaba en mi garganta, me hacía gritar hasta quedarme afónica; otras, se adueñaba de mi entrepierna y se iba de juerga, regresaba de madrugada borracha, cachonda, perdida y con ansias de lamer los cuerpos que le habían rozado sin querer, sin saber que justo al lado tenían una bestia capaz de devorarles la carne hasta los huesos, sin más hambre que el puro deseo desmedido de quien no encuentra agua que le quite la sed.
En ocasiones, se vestía de rosa, se ponía un lazo en la cabeza y dibujaba corazones en el aire... andaba como a saltitos por mi casa, pero ella prefería decir que “levitaba”, que así sonaba más poético. Llenaba todo de flores, sonaban canciones horteras a cualquier hora y se mantenía en un estado de duermevela, que lógicamente, ella prefería llamar “ensoñación”. Lo peor es cuando despertaba y se arrancaba la ropa a tiras, me arañaba por dentro, reabría mis heridas, destrozaba a patadas la coraza que tanto tiempo me costaba construir, me escupía, me insultaba y terminaba en un rincón, desnuda, llorando como una niña pequeña. Después de su última crisis, desapareció.
Han sido muchos años con ella y la verdad que pese a sus caprichos terminé cogiéndole cariño... de hecho, la sigo esperando cada amanecer y nunca llega. Hoy por fin se ha dignado a escribirme una postal, no lo había hecho antes: “Me encontrarás en el callejón sin salida de sus piernas buscando la forma de llegar a su alma y vestirme nuevamente de rosa”
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