domingo, 27 de enero de 2008

Salir del armario II

Leer la primera parte.

A los once años algo cambió, los niños de mi colegio ya no pegaban a las niñas, a mí nunca me pusieron una mano encima, yo era un igual para ellos, y les hacían regalos, se ponían colorados y se regalaban besos en la mejilla. Ninguno lo intentó conmigo, ni ganas, a mí lo que me apetecía era hacer lo mismo, sobre todo con Amor, una compañera que se sentaba tres filas por detrás mía.

Así que con todas una tarde le solté a mi madre que creía que me gustaban las chicas mientras ella estaba tumbada en el sofá, nunca me llevé especialmente bien con ella porque sólo la veía tres horas al día, el resto lo pasaba con mis abuelos paternos, pero sin saber muy bien por qué algo me decía que a los padres de mi padre no se lo podía contar, después descubrí lo que era ser de ideología franquista.

La mujer se me quedó mirando y me echó un sermón sobre que aquello no era posible, que lo que pasaba era que quería ser como ella, que habría alguna característica en la personalidad de Amor que me atraía pero no como creía, sino por semejanza, por algo que me faltase a mí y no sé cuantas pamplinas más que no terminé muy bien de entender.

Como no me dejó muy convencida se lo conté también a mi mejor amiga, con esa con la que pasaba las horas muertas y a la que llamaba después de haber estado la tarde juntas, con la que jugaba a hacerme preguntes tipo: si fueses un chico, ¿qué chica de clase te gustaría? Pero su reacción sí que no la esperaba y me asustó todavía más.

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