martes, 11 de octubre de 2011

Fiera Domada

Su nombre me taladra el inconsciente llenando de demonios mi consciencia. Respiro sobre su nuca igual que antes tú lo hacías sobre su sexo. Ella no me ve, pero estoy ahí, aguantándome las ganas de arrancarle la piel a jirones, de morderle lo que le quede de alma y escupirla… quizá me envenene si la rozo… o quizá mi mierda sea más tóxica. Ni ella tan puta ni yo tan santa.

Tú, domadora de fieras, escondes los colmillos bajo las lágrimas. No me encierres en la jaula con ella, no me saques a la pista, no dejes que la huela, que sienta su presencia, que escuche sus pisadas. No quiero saber cómo la alimentaste con tu boca ni cómo lamiste sus heridas mientras ella te chupaba la sangre.

Llagas abiertas, marcas por cada resquicio de tu piel y tu memoria, intentando cicatrizar sin éxito. Te retuerces en el estiércol con el que abonaste las vistas de un dormitorio que ni siquiera era tuyo, mientras a mí me cortas la cabellera y las garras para poder protegerte en mi regazo.

Eres tú quien me ha hecho creer que existe la libertad aunque esté encerrada. Has hurgado en cada milímetro desparasitando mis entrañas. Te debo cada latido y por eso mismo odio a quien te roba el aliento. Quedan minutos, horas, días… puede que semanas. Apretaré la mandíbula, me acicalaré para el espectáculo, entretendré al público, seguiré las instrucciones para las que he sido entrenada tantos años… pero nunca te confíes porque saltaré sobre su yugular ante cualquier movimiento.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Las servidoras de las musas. Roles y estereotipos de las mujeres homosexuales en Chueca (VI)

Introducción
Unos cuantos "por qué" generales
Unos cuantos “por qué” sobre la homosexualidad femenina
Butch/Femme, kiki, lesbian chic y lipstick lesbian
Roles y estereotipos

Toma de contacto

En Puertollano, la primera mujer abiertamente lesbiana que conocí llevaba pelo corto, sin maquillaje, pantalones de pinzas y camisa de hombre, sus gestos y comportamientos eran desafiantes, viriles, se mostraba machista, altiva, y no dudó en utilizar la violencia cuando fue necesario. Salía con otras dos chicas que correspondían al estereotipo femenino y que repetían continuamente una frase que se me haría muy familiar años después: “yo soy heterosexual, sólo me gusta ella”, cuando ni siquiera sabían que eran tres en la relación, ni que con el tiempo, volverían a repetir la experiencia con diversas personas de su mismo sexo, hasta día de hoy, en el que las parejas de ambas es alguien del sexo masculino.

Durante mi adolescencia esta imagen volvería a repetirse varias veces, por suerte, sin cuernos ni manifestaciones agresivas por medio: aquellas que se definían como homosexuales adoptaban roles de hombre, algunas pedían que se les llamase como a uno y se dirigiesen a ellas en masculino, cambiando por completo su identidad de género, utilizando consoladores o calcetines a modo de falo para simular paquete (posteriormente las mismas se someterían a operaciones de cambio de sexo o se hormonarían). Eran y son las butch españolas que Gimeno (2007, p.266) se empeña en dudar de su existencia, quizá porque en la actualidad se les identifica como transexuales, por lo que butch dejaría de tener validez a no ser que se le equiparase con “camionera”.

Otras, sin embargo, camuflaban su físico y aparentaban ser un hombre, pero no adoptaban roles masculinos, era un “disfraz” que la mayoría se quitó con el tiempo.

He de decir que no conocí a ninguna que cumpliese el prototipo femme porque pese a reflejar todos sus rasgos físicos y “comportamentales”, salían con un hombre y tenían escarceos con mujeres, o bien, mantenían sus relaciones lésbicas en secreto (todavía lo hacen). Cuando les preguntabas sus razones decían que ellas eran heteros y no querían que el resto las viese como “bolleras” o que sus familias no debían enterarse (llegaron a amenazar a sus parejas para que mantuviesen la boca cerrada). Para mí, se debía a una homofobia auto-infringida.

No pretendo basar mi estudio en las puertollanenses, pero entiendo que en sitios como Barcelona o Madrid no se vive igual la condición sexual que en pequeños pueblos de la península, y me parecía necesario mencionarlas puesto que sus voces son también las mías y sobre todo, porque lo considero esencial para poder hablar de diversidad e incluso para establecer ciertas similitudes y diferencias respecto a aquellos sitios en los que existe una subcultura, de la que hablaremos más adelante, que te permite ser escuchado, respetado o simplemente ser tú mismo.

Bibliografía

martes, 25 de mayo de 2010

Quedarme quieta es el regalo que le hago a la cordura

Ya no me acuesto pensando en volverte a ver, ya no me paro a pensar en cómo sabe o se siente tu piel, pero todavía sigues siendo protagonista de esos minutos previos a lo que esta última semana se han convertido en luchas contra mí misma, en sueños de angustia posiblemente dominados por el excedente de hormonas. Ahora sólo existen finales, no principios.

Supongo que es la forma en la que mi alma empieza a despedirse. Creo que llegados a este punto ya no tengo la sensación de “y si...”, salvo la de “y si estuviese en Madrid”, pero sé que eso llegará, que será tarde y que las cosas, independientemente de la distancia, existen o no existen... lo demás ha sido producto de mi imaginación o al menos, sé que así es como quieres que lo crea.

Ya he pasado los mayores altibajos de tu montaña rusa, ahora sólo quedan sentimientos extraños, una mezcla de rencor, deseo, celos (si te contase lo que da de sí mi cabeza...), indiferencia, cariño, inseguridad, ambivalencia, fuerza, ilusión, tristeza... de hecho, no sé como todos pueden estar en el mismo saco y que aun así, el que mande la marcha emocional siga siendo el amor.



Un amor que ya no cae y se levanta, sino que se mantiene en píe pero no espera, ni desespera, que se sienta en la cuerda floja a ver la vida pasar, que a veces se balancea, que incluso se atreve a soñar con dejarse caer, que no busca pretextos ni garantías, que ya ni siquiera sabe cuando reír o llorar, pero que sigue muriendo por tu boca.

Te digo adiós y acaso...

viernes, 14 de mayo de 2010

Más de cien palabras, más de cien... mentiras

Estoy bien. Ya no siento lo mismo. Soy consciente. Aprendo. Desciendo.
Pasan los días. Un mes. Silencio. Control. Asueto.
Realidad. Adiós al sentimiento. Ni tonteo ni devaneo. Físico. Objeto.
Te alejas. Me mantengo. No vuelves. Sueltas la cuerda. Sujeto.
Cuatro, tres, dos, uno... y medio.
Invención. Amor. Perdón. Amistad. Deseo.
Te espero. No llegas. Me voy. Me quedo. Me quemo.
Mirar. Dejarse tocar. Volver a caer. Despertar. ¿Y el beso?
Uno, dos, tres, cuatro... Celos.
Uno de diez. Suspenso. Ansiedad. Cabreo. Desconsuelo.
Dejarse llevar. Volver a empezar. Saber perder. Volver a caer. Juego.
Reconstruir. Recomponer. Pasado. Presente. Incierto.
Incoherencia. Contradicción. Duda. Disparate. Desenfreno.
Ajedrez. Mil reinas negras. Jaque mate al rey. Romper... el tablero.
Espero. Espero. Espero. Espero... Desespero.
Te olvido. Te sueño. Te pienso. Te deseo. Te encuentro. ¿Te quiero?

domingo, 2 de mayo de 2010

¿En qué clase de planeta estamos?



Nada que añadir al vídeo salvo que es parte de la campaña norteamericana “Rock For Equality” y que ha ganado el 4º premio del Concurso DoGooder Nonprofit Video Awards de See3 Comunicaciones y YouTube.

viernes, 30 de abril de 2010

Noche de Insomnio

No podía dormir. Me giré. Nos separaba medio metro, pero parecían cientos de kilómetros. Te miré durante unos minutos y sentí tu respirar acompasado, casi como si estuviese dentro de tu pecho. Me pregunté qué había salido mal y quise meterme entre tus sábanas y acariciarte como esa noche cuyo recuerdo parecía tan sólo un sueño lejano. Ahora ya era demasiado tarde.

Me incorporé y salí de la habitación sin hacer ruido. La madera crujía bajo mis pies descalzos. La puerta chirrió a mi espalda. La dejé entreabierta y me senté en el banco del porche. La luna iluminaba las copas de los árboles, que se movían al compás de una suave brisa de verano, era pleno agosto y sólo se escuchaba el sonido del romper de las olas bajo la colina.



Crucé las piernas y me encendí un cigarro. En el pequeño fulgor de una calada vi tu silueta aproximándose:

- Me he despertado y no estabas - me susurraste despacio para no interrumpir el sueño a las demás.
- No podía dormir – te contesté

Cogiste el tabaco y me preguntaste con la mirada si podías. Sonreí y afirmé con la cabeza. Te sentaste a mi lado y apoyaste tu mano en mi pierna mientras un escalofrío subía de mi espalda a la nuca. Volvimos a mirarnos. No hacía falta decir nada más.

Comenzaste a temblar de forma casi imperceptible, salvo porque me he acostumbrado a ciertos de tus movimientos como si fuesen míos. Cogí la manta que estaba en el respaldo y me incliné para ponerla sobre tus hombros. Me quedé apenas unos segundos con mis manos en tus brazos y te acercaste hacia mí, me rozaste los labios con los tuyos y abriste suavemente la boca. Sentí tu lengua por primera, y posiblemente última vez, buscando la mía, muy despacio, como si cualquier brusquedad pudiese hacer que amaneciese de golpe y despertarnos.

Te separaste apenas unos milímetros y me clavaste tus ojos en los míos para arremeter con más fuerza, como si una vez traspasada la barrera ya no importase nada. El mundo se nos podía caer encima porque en ese momento no existía nadie más en el universo salvo tú y yo. Hasta la luna nos hizo un favor y se escondió detrás de una nube para dejarnos asolas.

Sentada sobre mí y sin despegarnos, la humedad de nuestras lenguas fundidas fue bajando hasta la entrepierna. Mis manos se acoplaron en tu culo y te pegaste a mí como si nuestros sexos pudiesen traspasar la ropa e incluso mutar de género en cuestión de minutos. Quería sentirme dentro de ti. Tus caderas comenzaron a moverse con el mismo ritmo acompasado de tu respiración hacía sólo unos instantes a medida que los dedos exploraban, descubrían nuevos rincones donde acariciar, donde arañar.

La manta cayó al suelo y al poco le siguió tu camiseta. Me debatía entre seguir lamiéndote los labios o descender hasta tus pezones erectos, que me llamaban y jugueteaban con la yema de mis dedos. Opté por esto último mientras mi mano derecha buscaba un nuevo horizonte bajo la goma de tu pantalón y tu ropa interior y la izquierda se aferraba a tu espalda. Un breve jadeo más alto que los que le precedían salió de tu garganta en el momento que me introduje en ti y el pulgar se quedaba en tu clítoris. Un dedo fue a parar a tus labios para silenciarte y tú empezaste a lamerlo... Te cogí de la nuca y volví a comerte la boca sin dejar de tocarte. Estabas mojada y yo sólo deseaba nadar en ti, convertirme en ola y chocar contra tu cuerpo una y otra vez, que la noche no terminase nunca, cambiar el sonido de los pájaros por el de tu respirar acelerado.

martes, 13 de abril de 2010

Hay un día...

Hay un día en el que abres los ojos, ese día no pasa como en “Princesas” y resulta ser la ostia, sino que te la metes contra la realidad, así, de golpe y porrazo y sin previo aviso. Ese día, te das cuenta que no quieres ver a la gente que creías necesitabas ver, comes un bocadillo de tortilla francesa en un lugar en el que todavía no sabes muy bien que coño estás haciendo y todo lo que te pasa no significa nada salvo que por fin eres consciente de la mierda en la que te has metido tú solita.

Si llevaban razón los guionistas en que “Es como un desvío, como cuando vas por la carretera y hay un desvío hacia otro sitio. Ese día es lo mismo, y es muy importante, porque puedes elegir por donde va a seguir todo. Por eso tenemos que estar muy atentos”, salvo porque creo que el desvío se me pasó hace algún tiempo y sólo lo siguieron mi amor propio y mi autoestima.

Hay un día en el que abres los ojos y te ves persiguiendo una mentira. No un sueño ni una ilusión, sino una falacia que te habías creado en la cabeza. Ese día, no puedes arremeter contra nadie ni encabronarte con el mundo, porque sabes que la única responsable eres tú y es ahí cuando más te jode... basta con pararse y preguntarse ¿quién te persigue a ti?

Ese día lo único que tienes pegado a tu culo son las verdades que no has querido escuchar durante los últimos meses... y las dejas entrar y alojarse en tus intestinos y en tu cerebro, retenerlas allí el máximo tiempo posible, porque sabes, que a la mínima que te descuides, la quimera que te acecha te hará de nuevo prisionera.