miércoles, 5 de agosto de 2009

Eran las 7:15 de la mañana

La noche, desde que habíamos salido de casa de una compañera de trabajo que nos invitó a cenar, se fue difuminando poco a poco desde el primer bar de cuarentones que pisamos hasta la discoteca lésbica de quinceañeras donde terminamos, con un facha del que no logré separarme y la sensación de estar desubicada en cualquier parte.

Cuando me vi entre la pared y una navaja, con los restos de alcohol por mi cuerpo, no sentí absolutamente nada, ni pena, ni miedo, ni ganas... simplemente indiferencia.

No sé en lo que me he convertido, lo que me depara el futuro, sólo sé que se mantiene esa idea romántica del amor eterno, del principio y fin de mi existencia, algo que en este momento se pasea con la pereza y la tristeza.
La pereza por tener que darme a conocer una y otra vez para que termine por no importarle a nadie, para pasar por la vida de los demás como una estrella fugaz de la que a veces no queda ni el recuerdo, la idea de que todo es tan breve que no me da tiempo a que me encuentren...
La tristeza por ver pasar los días, envuelta en la rutina, con un teléfono que no suena, por una ilusión que se desvanece, por saber que empiezo a hacerme a la idea de estar sola.

No disfruto de fiesta como antes, me gusta quedarme en casa viendo una peli, hablando, salir a cenar, pasar el día en el Retiro, descubrir sitios nuevos pensando en poder compartirlos con alguien... sin embargo, ahora puedo decirte que el tiempo existe, que pasa, que se me escurre entre los dedos mientras trabajo y que la idea de la estabilidad de persigue y a la vez me gusta... pero, ¿para qué?

Me imagino dentro de unos años, llegando del curro cerca de las 21:00 de la noche, cogiendo una cerveza de la nevera, dejando los trastos, pensando que hacer de cena mientras enciendo la calefacción y después ver la tele un rato para acostarme y ver llegar otra nueva madrugada. Los fines de semana encerrada, quedando con alguna amiga o amigo para dar una vuelta y más de lo mismo... encontrarme la casa vacía, las sábanas frías, las noches de invierno en pleno mes de agosto...

Y sé que me paso la existencia animando al resto, buscando la sonrisa en los demás, que es fácil dar consejos y aliento cuando lo ves desde fuera, cuando sabes que todo tiene una solución, pero... ¿quién está ahí para devolverme la ilusión a mí?

2 comentarios:

Paz dijo...

Eso de ser "chica-de-piedra" que levanta a los demás cuando caen... me lo conozco. La pena es cuando una misma se mete una buena hostia y mira hacia arriba a ver quién tiene un brazo suficientemente fuerte como para levantarla...

Anónimo dijo...

Pues yo recuerdo aquel día...me lo pasé en grande con gente a la que quiero mucho...el susto que me diste cuando estando en Plaza Castilla me llamaste para decirme tan tranquila que te habían intentado robar...
No se lo que te depara el futuro...al igual que no lo se para mí, pero siempre que me necesites ya sabes que estaré ahí...