viernes, 31 de julio de 2009

Las servidoras de las musas. Roles y estereotipos de las mujeres homosexuales en Chueca (IV)

Introducción
Unos cuantos "por qué" generales
Unos cuantos “por qué” sobre la homosexualidad femenina

Butch/Femme, kiki, lesbian chic y lipstick lesbian

Si hoy en día existen estereotipos es porque los ha habido y los hay, pero eso no quiere decir que podamos encasillar a cada persona en uno de ellos, son los extremos más destacados, quizá también los más visibles a lo largo de la historia, sin embargo, encontramos una múltiple gama de grises que no siempre tenemos en cuenta cuando hablamos de mujeres homosexuales, a las que se ha identificado siempre como butch, en el caso estadounidense, o “camioneras”, en el español, además, estos dos términos tampoco significan lo mismo ni reflejan una estética y comportamiento similar, puesto que el contexto cultural y social en el que se han desarrollado es diferente.

En Estados Unidos, la diferencia de género alcanza el máximo ideal, ellas tienen que ser como Barbie y ellos como Ken, es precisamente esta idealización de los roles, sumados a una sociedad patriarcal y machista, dominada por la masculinidad, lo que impulsó a la aparición en los años 20 y hasta los 60 de la dicotomía butch/femme. Para Esther Newton (cit. en Gimeno, 2007, p. 271), “las mujeres se masculinizaban buscando convertir a las lesbianas, convertirse a ellas mismas, en seres sexuales, cosa que sólo podían hacer adoptando el estereotipo masculino, ya que sólo lo masculino podía hablar de sexo”.

Así lo recoge también Irene Lozano (1995, p. 43-44), cuando al hablar del lenguaje dice: “A la mujer no le estaba permitido manifestar exteriormente ni agresividad verbal, pues implicaba desobediencia, insumisión y voluntad de imponerse, ni expresiones con carga erótica u obscena, pues era un comportamiento falto de feminidad e impropio de una señorita”.

Por tanto, no podemos referirnos sólo a una adaptación al rol del hombre únicamente como disfraz a partir de los rasgos externos, las butch, también mudaban su comportamiento a lo que se esperaba del género masculino y a la hora de buscar una pareja ésta debía corresponder al estereotipo de femme, o lo que es lo mismo, al extremo de la feminidad (Gimeno, 2007, p. 270).

Con este pasado, es normal que se haya creado una idea equivocada de la homosexualidad femenina, y digo equivocada porque como bien establece Beatriz Gimeno (2007, p. 268-269), estas dos identidades estaban ligadas estrechamente a la clase obrera, las únicas que en aquella época asistían a los bares de “ambiente” y las que necesitaban hacerse pasar por un hombre como forma de acceder a determinados recursos disponibles sólo para los varones. Las mujeres de clase pudiente o universitarias hacían reuniones privadas, muchas en sus casas, lejos de las miradas ajenas, y no necesitaban adoptar estos roles, son por tanto y de nuevo, las invisibles.

También existió quienes no se encontraban ni en “blanco” ni en “negro”, son las denominadas kiki, quizá lo que ahora entenderíamos como andrógina, en un punto intermedio entre lo masculino y lo femenino, son a su vez, mujeres olvidadas, aquellas a las que se han dedicado pocas páginas y que sin embargo, si prestamos atención al trabajo realizado (para mí estricto y demasiado categorizador y limitado), por Spence y Helmreich (cit. en Hyde, 1995, p.315) en los años 70, encontramos que suman el número más alto dentro de lo que ellos denominaban “lesbianas”.

A finales de los 80, pero sobre todo durante la década de los 90, Norteamérica volvió a potenciar las diferencias de género ligadas a la partición butch/femme, pero reinterpretando su significado, es lo que se conoce como la Teoría Queer, cuyo objetivo es “deconstruir” las identidades sexuales tradicionales, desestabilizando los binomios hombre/mujer y heterosexual/homosexual, ampliando la categorización en función de las construcciones sociales de cada individuo, de tal modo que sería totalmente aceptable que a un hombre le gustase planchar y a una mujer jugar al futbol, sin necesidad de autodefinirse o encasillarse en un lado u otro, “se trataba de que todas las personas experimentaran su sexo, género y deseo de forma diversa, tanto que carecía de significado limitarlos a los rígidos patrones identitarios provistos desde las producciones culturales” (Talburt y Steinberg, 2005, p.9)

En este contexto, los medios de comunicación y la publicidad decidieron darle protagonismo a las lesbianas, reinventándolas al gusto de los hombres heterosexuales y convirtiéndolas en un bien de consumo capitalista, hablamos de las lesbian chic (Gimeno, 2007, p.265), una categoría creada desde fuera, vendida como homosexual, sin llegar a serlo del todo, o al menos con serias dudas. El lesbianismo se convirtió en una tendencia, en una moda, eran y son, pues todavía perviven hoy en día, las “bolleras con glamour”: mujeres femeninas, también denominadas lipstick lesbian (lesbiana de barra de labios), que cumplen el rol extremo de lo que se ha considerado, como género, ser mujer, ampliándolo con una libertad sexual inusual acorde a los tiempos actuales, como símbolo y reclamo promocional empleado por actrices y cantantes (véase Madonna o el grupo t.A.T.u.). “Considera que la pluma es de mal gusto, le agrada gustar a los hombres, incluso podría decirse que eso es lo que busca, calentarlos. En realidad, es la lesbiana que encarna una de las más persistentes fantasías (hetero)sexuales masculinas” (Gimeno, 2007, p.287)

Pero también, y es algo que obvia la presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGT), Beatriz Gimeno, la lesbian chic, ha empezado a encarnar una fantasía y un referente para las mujeres homosexuales, de ahí el éxito de la serie The L Word, que ha conseguido erotizar a sus personajes al modo femenino, alejado de la pornografía masculina, mostrando una nueva forma de ver a las “safistas” sin asociarlas con los retrógrados estereotipos de masculinidad, ¿o no lo son tanto?

Bibliografía

1 comentario:

Alma dijo...

Muy bueno tu blog, ¿por qué no has publicado más?
Bueno, pues me saltan algunas dudas. Pienso que de la teoría a la práctica, es decir, a las historias personales hay un gran salto. Yo, por ejemplo, soy femenina, no soy histéricamente femenina, o sea que no uso tacón de aguja, por ejemplo, pero sí uso lipstick y me gusta verme bien. Sin embargo, al contrario de lo que afirma la señora que citas, me resulta muy incómodo recibir halagos masculinos. Los tipos que llegan a pensar que quiero conseguir hombre me desesperan. Durante años estuve peleada con mi imagen corporal. La feminidad fue un logro personal, y la homosexualidad no me lo ha quitado. Ahora bien, la verdad es que no puedo negar que mi ojo se inclina por las chicas con cierto aire masculino. No puedo explicártelo, pero es así. Tal vez suene loco, pero esa es mi experiencia personal. Un saludo.