martes, 19 de febrero de 2008

Salir del armario V

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Yo estaba en la Escuela Oficial de idiomas, repetía tercero porque el año anterior no fui a clase, mi perrería, ya sabéis… y entonces, apareció ella y sus ojos azules, le llevaba casi dos años, me trastocó todos los esquemas, era lo más bonito que había visto nunca y empezó el acercamiento.

Su grupo eran “las mango”, “las spice”, “las ice”, parecía que se ponían todas de acuerdo para ponerse la misma ropa en diferentes colores, pijas redomadas de clase bien a las que decían no podías acercarte sin cita previa, al final, una panda de muchachas con inseguridades y complejos a los que no había dado importancia hasta entonces: el poder del físico.

Casi no salía con mis amigos de antes, seguían adosados a una pared los fines de semana comiéndose la boca, por lo que buscaba otras alternativas, iba a hacer botellón y quedaba con Ali cada vez que podía, ella no quiso romper el lazo que les ataba a ellos, por razones más que evidentes.

Al poco tiempo, Alicia (la mango), así se llamaba, y yo nos hicimos conocidas, a ella le gustaba jugar inocentemente y como estrategia con los tíos a fingir que era mi novia y a mí se me subía el estómago a la boca, mariposillas, nervios y la sonrisa de idiota permanente: estaba enamorada, platónicamente enamorada.

Sólo había una persona a la que podía contárselo, a aquella a la que le di una charla inverosímil una noche sentadas en un banco, quedamos en la Fuente Agria y liberamos los miedos, la confusión, no estábamos solas en el mundo, nos gustaban las mujeres, ¿y qué? Ese momento nos unió más de lo que jamás nada me ha unido a alguien.

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