Tú, domadora de fieras, escondes los colmillos bajo las lágrimas. No me encierres en la jaula con ella, no me saques a la pista, no dejes que la huela, que sienta su presencia, que escuche sus pisadas. No quiero saber cómo la alimentaste con tu boca ni cómo lamiste sus heridas mientras ella te chupaba la sangre.Llagas abiertas, marcas por cada resquicio de tu piel y tu memoria, intentando cicatrizar sin éxito. Te retuerces en el estiércol con el que abonaste las vistas de un dormitorio que ni siquiera era tuyo, mientras a mí me cortas la cabellera y las garras para poder protegerte en mi regazo.
Eres tú quien me ha hecho creer que existe la libertad aunque esté encerrada. Has hurgado en cada milímetro desparasitando mis entrañas. Te debo cada latido y por eso mismo odio a quien te roba el aliento. Quedan minutos, horas, días… puede que semanas. Apretaré la mandíbula, me acicalaré para el espectáculo, entretendré al público, seguiré las instrucciones para las que he sido entrenada tantos años… pero nunca te confíes porque saltaré sobre su yugular ante cualquier movimiento.
En Puertollano,
Ya no me acuesto pensando en volverte a ver, ya no me paro a pensar en cómo sabe o se siente tu piel, pero todavía sigues siendo protagonista de esos minutos previos a lo que esta última semana se han convertido en luchas contra mí misma, en sueños de angustia posiblemente dominados por el excedente de hormonas. Ahora sólo existen finales, no principios.

